La cruda electoral ¿y ahora qué?
Zona de Tolerancia
Por Rodrigo Vidal
Después de la embriaguez electoral, nos queda la cruda del otro día; sobre todo con esa sensación de haber pagado una multimillonaria borrachera (llamada campañas políticas), que hoy sólo disfrutan los ganadores, aunque la resaca la vivamos todos.
En el crudo amanecer del 6 de julio, la tendencia electoral dejaba ver una realidad que ni las burbujas de Alka Seltzer con Tehuacán aliviaría, sólo nos despejaba la mente para preguntar ¿pues qué pasó? El PRI avanzó (y con él el Verde Ecologista), el PAN retrocedió y los partidos de izquierda están en lista roja por riesgo de extinción –aunque el PRD se mantuvo pese a la división que provocó López Obrador al impulsar a Convergencia y PT-, mientras el PSD es testigo de su desaparición.
¿Y el IFE? Tampoco tiene buenas cuentas que rendir, si consideramos que el nivel de abstención es de 55.4 por ciento según el PREP, por lo que insistiré que urge una reforma electoral y de partidos inmediata. Tarea para la próxima legislatura. Sobre todo que, el árbitro no pudo impedir que se dieran los casos de coacción y compra de voto muy claros y descarados, en el que incurrieron los partidos políticos, principalmente PAN, PRI y PRD –fuerzas que gobiernan diferentes estados y, la primera de ella, el país-, según reportes periodísticos provenientes de toda la República durante la jornada de este domingo.
Así, quienes se decían diferentes unos de otros, resultaron lo mismo a la hora de convertirse en poder. Como dijo Denise Dresser al argumentar sus 23 razones para anular el voto: “la priización –el clientelismo, el corporativismo y la impunidad- afecta a todos” los partidos políticos. Nadie se salva, y mucha gente está conciente de ello, por eso el 55.4 por ciento decidió no votar, mientras que el 5.3 (más que Convergencia, PT y Nueva Alianza, y poco menos que el Verde Ecologista), decidió participar anulando su voto.
Las elecciones quedaron atrás y ahora queda reestructurar las instituciones para rescatar a la democracia de las manos de esa oligarquía que la mantiene secuestrada, conformada por los partidos y grupos políticos, y los cuatro poderes, el federal, el legislativo, el judicial y el fáctico (Televisa y TV Azteca que tuvieron su intervención importante en el proceso).
De una cosa si estaremos seguros, y acostumbrémonos a esto mientras no decidamos cambiar las reglas del juego: de los compromisos pactados por los candidatos –con notario o sin notario-, sólo nos quedarán los panfletos repartidos en campaña. Así ha sido siempre, y urge que ya no lo sea.
Y todavía –por si quedaba duda-, el presidente Felipe Calderón expresa en torno a las elecciones como “el día de los ciudadanos”, como reiterando, no el derecho universal a elegir a nuestros representantes, sino la única posibilidad real que nos dejan para participar en las decisiones que transformen este país. Y eso es lo que muchos ya no queremos, ser llamados cada tres o seis años e ignorados el resto.
La parranda terminó. Que la cruda dure lo que tiene que durar. Asimilar el escenario político que quedó después de estas elecciones no nos debe quitar el tiempo. Los análisis de cómo se distribuirán los partidos políticos el control de la Cámara de Diputados deben importar poco en estos momentos, cuando la decisión ya está tomada. Lo importante es obligar a que la próxima Legislatura –tenga quien tenga la mayoría, que en ese caso será el PRI-, atraiga la agenda ciudadana a su agenda legislativa y exigir la rendición de cuentas.
Se trató de una elección cara, no sólo por el costo de la elección misma y los gastos millonarios de los partidos políticos durante campañas; sino por el uso de los recursos públicos, materiales, económicos y humanos, que la federación y las entidades desviaron de manera desvergonzada a la "promoción" del voto para sus candidatos (y el PRI demostró que sigue siendo el maestro). Por eso, es momento ya de cobrar factura.
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