¿Ganar en la resbaladilla?
JESÚS SILVA HERZOG MÁRQUEZ
17 Octubre 2011
Enrique Peña Nieto ha sido claro al rechazar la propuesta de la reelección legislativa. Es cierto que su argumento no es del todo inteligible pero no puede negarse que ha sido consistente. El político mexiquense ha esgrimido argumentos conservadores (lealtad a una tradición histórica) y argumentos que podríamos considerar republicanos (debe fomentarse la circulación de las élites). No es difícil advertir en su defensa de esta exótica práctica mexicana una razón que no se ventila en público: la reelección inmediata tendería a debilitar la disciplina de partido y obstaculizar, en consecuencia, el paso de la aplanadora en la que sueña. Quien busca la presidencia confía en el cemento tradicional de la lealtad partidista y el impulso de la mecánica mayoritaria. Ésa es su fantasía y la columna vertebral de su propuesta política.
Sus adictos en la Cámara de Diputados se han esforzado por razonar públicamente una práctica que sólo se encuentra en otro país del planeta. ¿Qué sabe México que el resto de las democracias del mundo ignora? ¿Hay buenas razones para defender nuestra excepción? No digo que no haya argumentos para rechazar la reelección. Sus virtudes no me parecen prodigiosas ni creo que sea una medida sin costos. Pero, en todo caso, a los legisladores exigimos exponer los motivos de su voto. Razonar en público sobre los asuntos de interés público. Pero los priistas prefirieron lavarse las manos: no nos pidan definición, que sea el pueblo quien decida. Los priistas de la Comisión de Gobernación de esa Cámara encontraron un escape que dice mucho de ellos, de la tradición de la que se dicen tan orgullosos y del candidato a quien sirven: que la gente decida la reelección; que sean los ciudadanos y no nosotros quienes enterremos esta iniciativa. De pronto, los priistas encuentran fe en la consulta popular porque les permite evadir la responsabilidad de sostener una posición y defenderla públicamente. Los priistas saben bien que el desprestigio del Congreso prefigura el resultado de esa hipotética votación. Así, los priistas rechazan sin decir que rechazan: malabares de la indefinición.
Evadir la responsabilidad de definirse ha sido la estrategia del PRI en los asuntos cruciales del país desde hace ya demasiado tiempo. Desde que ese partido perdió la Presidencia de México y con ella la voz que lo unificaba, el PRI ha hecho de la indefinición una coartada: no podemos apoyar ninguna iniciativa relevante porque nuestro partido no tiene una posición al respecto. Hoy ese partido aparece dividido entre una corriente que se arriesga a pensar y a proponer y otra que piensa que puede ganar la Presidencia montado en la inercia. El conflicto entre Beltrones y Peña Nieto no puede ser más claro. Aun bajo los terciopelos de su cultura, la diferencia es patente. Mientras el líder de los senadores priistas ha sido capaz de construir una agenda reformista, el exgobernador del Estado de México sigue rindiendo culto al lugar común y a la expresión vacía. La propuesta económica que hizo pública hace unos días en la Fundación Colosio es de una pobreza verdaderamente sorprendente para un hombre que puede ganar la elección presidencial. Su documento es un listado de propósitos carente de contenido concreto y de iniciativas específicas Deseos con los que nadie podría estar en desacuerdo: un estado eficaz, una economía competitiva, crecimiento, un país que se convierta en líder mundial. Blablablás. Es gracioso cuando Peña Nieto pretende presentarse como un político audaz. Desenfunda un par de expresiones que sugieren osadía y luego encalla en el mismo lugar común: perdamos el miedo, dejemos atrás actitudes partidarias, no seamos rehenes de la ideología... ¡hagamos de PEMEX la palanca del desarrollo de México! ¿Ésa es la audacia del candidato del PRI? Más gracioso es cuando dice ofrecer medidas muy concretas y ser muy puntual para recetarnos frases huecas envueltas en vaguedades.
Seguro por su ubicación en las nubes, Enrique Peña Nieto parece confiar en una estrategia de resbaladilla. Resbalar hasta el triunfo. El priista ha alcanzado su techo. No creo que ni los más fanáticos de su causa crean que su respaldo pueda crecer en campaña. Lo previsible es que descienda. Pero parece que ese vaticinio le preocupa poco: tiene muchos puntos que perder sin poner en riesgo su ventaja. Lo que importa sería administrar el descenso para terminar todavía por delante de sus rivales. Por lo que puede verse hasta el momento: la suya es una campaña de inercia que preserva esa tradición de la que los priistas están tan orgullosos: la indefinición. Sus discursos, sus entrevistas, los textos que firma son homenaje a esa tradición priista. ¿Podrá Enrique Peña Nieto ganar la elección presidencial sentado en la resbaladilla?
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