El sacrificio de Milo Vela, un urgente llamado a la reflexión
Por Héctor Yunes Landa
El deplorable homicidio del periodista de Notiver, Miguel Ángel López Velasco, su mujer y su hijo, es además de una lamentable pérdida un hecho preocupante para nuestra comunidad y para toda la nación. Se suma a una lista ya larga de comunicadores que han sido acallados por ejercer el oficio de periodista, que a pesar de los excesos que puede conllevar eventualmente, es sin duda la más significativa de las pruebas que se le pueden imponer a un sistema democrático: la tolerancia al disenso, al que difiere, al que se opone, al que denuncia.
Milo Vela fue un referente obligado en la vida pública de Veracruz. Su columna creaba opinión y contribuía al análisis profundo de nuestra sociedad, en temas delicados, tanto que alguno de ellos pudo ser la causa de su deceso. Su muerte es un trago amargo para todos, porque nos lleva irremisiblemente a cuestionar qué es lo que le está pasando a este país.
El crimen del valiente periodista tiene muchas aristas, es motivo de muchas especulaciones; sin embargo de acuerdo a la autoridad competente existen indicios que permiten presumir que Milo y su familia no fueron víctimas del crimen organizado como originalmente se pensó. Una línea de investigación del area de procuración de justicia del Gobierno de Javier Duarte apunta a un sospechoso que pudo tener otras motivaciones. En todo caso, no es nuestro deseo contribuir a la especulación.
La muerte de Milo Vela es objeto de muchas reflexiones y exigencias de sus compañeros periodistas, incluso en el ámbito internacional, lo que expresa por sí misma la importancia del trabajo que ejercía Milo, una tarea con repercusiones reales entre la opinión pública de la entidad. Por eso muchas voces se han pronunciado por el esclarecimiento del crimen, así como organismos internacionales como la Comisión de los Derechos Humanos de la ONU, la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, Reporteros Sin Fronteras y la Sociedad Interamericana de Prensa.
Los periodistas que ejercen su profesión con compromiso social, particularmente los que enfocan su actividad en los temas de seguridad pública saben que pueden enfrentarse a los mayores riesgos que pueda tener esta profesión.
La reflexión apunta a la delicada situación que atraviesan estos profesionales de la comunicación en el ejercicio comprometido de su trabajo. En este sentido, de acuerdo a la CNDH en el periodo comprendido del año 2000 a mayo del 2011 en nuestro país se habían registrado 61 homicidios de periodistas, un cifra que ha ido en aumento año con año, tan sólo en el 2009 se registraron 12 homicidios.
La sociedad no debe acostumbrarse por ningún motivo a este estado de barbarie, donde seres humanos de gran valía que luchan por ejercer su derecho de libertad de expresión, son acribillados por la sola razón de que al realizar su trabajo evidencien al o los autores de hechos irregulares.
Los crímenes contra periodistas son un acto vil que agravia a todos, debemos sumarnos y expresar nuestras opiniones porque tenemos derecho a hacerlo, y una sociedad democrática no puede simplemente lamentarse por lo que está ocurriendo; si la sociedad calla, asumiendo o más bien resignándose a la pérdida de la libertad de expresión, se estará en riesgo de perder otros espacios que han sido ganados con el esfuerzo y sacrificios de quienes en su momento entendieron que una sociedad se transforma a través del empuje de los ciudadanos y de los políticos con auténtico compromiso con la colectividad.
Es cierto que además del propio esfuerzo que hace la sociedad por el avance de nuestro país, el Estado no puede abdicar en su deber de imponer la Ley; también es irrebatible que la delincuencia organizada es la que ha dado origen a la violencia exacerbada que vive nuestro país; por eso los partidos, los gobiernos, la sociedad y los individuos, tenemos la obligación de hacer algo. No debemos seguir escuchando pasivamente lo que ocurre y voltear la mirada para otro lado, deseando que nunca llegue a sucedernos a nosotros de manera directa.
Espero que la muerte de Milo, como la de muchos miles de mexicanos no sea en vano en el contexto de esta dolorosa crisis de seguridad, y por el contrario contribuya para tocar fondo y los mexicanos podamos salir de una vez por todas de la cultura de la violencia y antivalores que se está arraigando entre nuestra juventud.
Si no hacemos algo todos, empezando por nuestras casas y nuestras familias, corremos el grave riesgo de que México sucumba, como ha ocurrido a otras naciones, frente a la vorágine destructora de la violencia generalizada en la psique colectiva de su pueblo. Aún estamos a tiempo. No es un asunto de partidos ni un tema para lucrar políticamente, es un aspecto que tiene que ver sin duda con la supervivencia de México como nación y con la viabilidad de nuestra vida como sociedad.
Descanse en paz Milo Vela, su esposa e hijo.
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