Columna sin nombre
Pablo Jair Ortega
www.columnasinnombre.com
pablojairortegadiaz@gmail.com
29 de MARZO de 2010
LA BARBARIE MEXICANA CONTRA NIÑOS
Sentados en una mesa de Boca del Río, se discutía sobre la violencia que azota al país, pero especialmente por los ejecutados que se dejan destazados, con rasgos de una aniquilación que hasta hace poco sólo se pensaba de asesinos seriales allá en los Yunaites.
Estos actos atroces, dignos de competencia solamente para rastros o carnicerías, nos han llevado a imágenes crudas de una violencia que en México no se recordaba, salvo en Veracruz las muertes de los indígenas otomíes en Ixhuatlán de Madero y el asesinato de Felipe Lagunes “El Indio”, que son destellos de un oscuro pasado en tierra jarocha.
Allí, en la mesa, se planteaba que todo es debido a ejecutores de orígenes centroamericanos: lo mismo que dicen los analistas especializados en el tema del narco, cuando subrayan que son kaibiles (fuerzas de élite guatemaltecas) los que se encargan de hacerle al matadero humano.
A estas alturas bien vale la reflexión de que si bien como mexicanos nos horroriza una violencia que a la vez tristemente se está convirtiendo en parte natural y monótona de nuestros días, ya de igual manera no debe sorprendernos que hayamos alcanzado a nuestros sangrientos antepasados.
Si las guerras de nuestros aztecas y mayas pusieron el Jesús en la boca a los españoles que nos vieron muy prehistóricos y salvajes, en plenas celebraciones de sendos centenarios revolucionarios también debemos regocijarnos para decir orgullosamente que ya volvimos a la época donde asesinábamos niños.
En esta guerra por demás estúpida y mal planeada contra la delincuencia organizada, los primeros en estrenarse fueron quienes se suponen protegen a la población: los militares, cuando en junio de 2007 mataron en Sinaloa a balazos a dos niños y familiares.
Los jóvenes ejecutados de Ciudad Juárez, los estudiantes del Tec de Monterrey, y recientemente los 10 niños de Durango, ya nos coloca en los primeros lugares de lo que se supone entre mafiosos era un código inviolable: nunca contra niños.
En Tabasco, el año pasado, una familia de un policía estatal fue arrasada a tiros y los niños escondidos bajo las camas tuvieron la misma suerte.
Hoy ya no podemos como mexicanos echar la culpa a soldados centroamericanos entrenados por los Estados Unidos, sin ponernos tantito a pensar que la “guerra” mexicana ya alcanzó a los seres más vulnerables e inocentes; que las balas y armas fabricadas en Israel o en casa de la chinada, ya son portadas por manos mexicanas sin escrúpulos, sin el menor recato para disparar sólo por disparar.
Sean sicarios o sean soldados, no dejan de ser unos hijos de su tapudrema compatriotas que el día de hoy ya no enfocan el plomo a los enemigos, sino a donde más duele a los deudos, familiares y a México en general.
Ya como mexicanos, nos podemos dar el lujo de colocarnos en la listas honorables de tener la ciudad más violenta en Juárez, Chihuahua, donde piden hasta la entrada de los cascos azules.
Ahora, igual a esos tiempos de la pre-conquista a la indiada, los güeros se horrorizan hoy y dicen “Nel, pastel” ante quien se le ocurra visitar un país donde hace 500 años sacábamos corazones y hoy los perforamos a balazos. Canadá pide que mejor vayan a Europa. En Acapulco el puerto se llenó de springbreakers y muertitos.
Vaya hasta al turismo han matado. Lo que se supone podría sacarnos del catarrito, no tiene ni chance de asomar la cabeza.
Es la infamia. México dentro de varios años podrá estar también en la lista de países con una barbarie particular: no es contra un país, no es contra intereses extranjeros, es contra los propios mexicanos. Las cifras que rebasan los miles por mes se equiparan al número de muertos en cualquier guerra.
Y así nos van a recordar, así que mejor agarre su garrote y jálele las greñas a su vieja. Ya de una vez que conozcan cómo somos de primitivos.
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