Tres vidas
Tres vidas fructíferas llegaron a su fin en fechas recientes. Primero falleció Othón Salazar, símbolo de la lucha magisterial por las mejores causas del país; después murió mi amiga Cecilia Loria, feminista, defensora de los derechos humanos; y apenas el viernes pasado concluyó su largo y productivo ciclo de vida una mujer excepcional: Amalia Solórzano, viuda del general Lázaro Cárdenas.
Estas tres vidas influyeron y marcaron muchas más, en distintos tiempos y niveles. Los testimonios de diversas personas han dejado constancia de ello en estos días. Los conocí a los tres y mucho podría decir, pero el reducido espacio de esta columna imposibilita que me extienda mucho.
Doña Amalia, sin embargo, está presente en mis primeros recuerdos de la niñez. Ella y el general Cárdenas. ¿Cómo no evocar la primera vez que acompañé a mis padres a visitarlos?
“Papá —le dije— ése señor que me pellizcó el cachete es el mismo que aparece en mi libro de historia”. Y Heberto soltó la carcajada. Luego me explicó quién era ese hombre y lo que había hecho por nuestro país.
Siempre me impresionó la figura del general, pero también la de su esposa. Eran una pareja complementaria. El gran hombre quizá no lo habría sido tanto de no tener a su lado a una mujer como ella.
Amalia Solórzano encabezó la colecta pública que hizo el gobierno en 1938 para pagar la expropiación petrolera; impulsó también, durante el sexenio de su marido, el Frente Único Pro Derechos de la Mujer, organización plural que aglutinó a más de 50 mil afiliadas pertenecientes a 80 organizaciones.
Lázaro Cárdenas, haciendo eco de este movimiento, envió al Congreso una iniciativa para reformar el artículo 34 de la Constitución, a fin de otorgar los derechos ciudadanos a las mujeres. Pese a ser aprobada, la reforma no se publicó en el Diario Oficial porque parte del oficialismo consideraba al sector femenino “susceptible de ser controlado corporativamente”.
Doña Amalia recibió en Morelia a los niños huérfanos de la Guerra Civil Española, y a la mayoría los vio crecer y convertirse en personas de bien. Estuvo a favor de la Revolución cubana y en contra de la invasión de Bahía de Cochinos. Marchó discretamente —como era ella— junto a estudiantes y profesores en 1968. Apoyó a su hijo Cuauhtémoc en 1988 y fue fundadora del PRD. Simpatizó también, en su momento, con la causa zapatista.
La viuda del general Cárdenas fue una mujer de enorme dignidad, congruencia e inteligencia. Vivió 97 años y se mantuvo lúcida hasta el final. Ella es parte de la historia de este país. Pero mis recuerdos de ella son más personales. Ahora que estuvimos en su casa de la calle Los Andes, en Las Lomas, me vino a la mente una imagen, un olor y un sabor: ella fue quien descubrió, para aquella niña inquieta que alguna vez fui, el fruto jugoso llamado pérsimo.
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