Punto y Coma
A los centroamericanos les va mal,
A los mexicanos les va peor,
Algunos pagan con la vida su aventura.
Por Luis González Romero
En los últimos años, a los miles de centroamericanos que se dirigen a los Estados Unidos les va muy pal, porque tienen que atravesar al territorio mexicano de frontera a frontera, trayecto en el que son víctimas de secuestro, extorsión, encarcelamiento, deportación y lo más grave, muchos son asesinados por maleantes que los despojan de las pocas pertenecientes que puede llevar y del dinero que han calculado que les permitirá subsistir; o bien son explotados por algunos “patrones” que les dan la oportunidad de trabajar a cambio de comida y de unos cuantos pesos.
Las autoridades mexicanas se indignan cuando a los mexicanos que cruzan la frontera para internarse en Estados Unidos, son maltratados, encarcelados, torturados o cuando mueren en el desierto; pero que contradicción, dichas autoridades no se indignan cuantos los indocumentados de centro americanos son tratados peor que delincuentes a su paso por el territorio veracruzano y las demás entidades contempladas en su ruta para llegar a la frontera con los Estados Unidos.
Hombres, mujeres y niños son víctimas de mal trato, sufren demasiado fuera de su patria, y transitan a escondidas, “a salto de mata”, cuidándose de las corporaciones policiacas, que cuando no los detienen los extorsionan y se han dado casos que ante la desesperación, la falta de dinero y sin encontrar ingresos, han optado por entregarse a la policía para que los deporten a su lugar de origen sin haber alcanzado el sueño americano.
Hay tantas y tantas historias desgarradoras, de vida y de muerte, de indocumentados y en esta ocasión retomo uno de los relatos de Luis Velázquez, que en expediente comenta que: “Yo llegué a la frontera norte, a Tijuana, trepado en un autobús de pasajeros. Con una mochila cargando del pecho y una muda de ropa. Durante días busqué un pollero para entrar a Estados Unidos. Me ofrecieron llevarme en la caja de un tráiler donde estaba seguro moriría de asfixia. Pero di las gracias. Luego, contraté un pollero. Le pagué $30 mil pesos para llevarme al otro lado. Con catorce compañeros venidos de otras partes del país, unos paisanos de Veracruz, el pollero nos trepó en una camioneta y nos metimos en el desierto de Arizona”.
Estas historias se repiten todos los días, por el rumbo de Tijuana, Agua Prieta y otras zonas fronterizas, en donde los indocumentados son víctimas de todo y de todos, hasta de la naturaleza que parece reprocharles su intento y al final de la jornada, los que llegan, tienen que vivir y trabajar como esclavos, esconderse como delincuentes y conformarse con los que les paguen. No pueden exigir, no hay ley que los proteja, ni si quiera los derechos humanos. Son aventuras de vida o muerte, de hambre o de cárcel.
Con el estilo que lo caracteriza, Luis Velázquez, en otra parte de una de sus historias que narra, dice que: “Una, dos horas después, “el coyote” se detuvo. Y ahí nos tiró. En medio del desierto, que dos semanas después supe le llamaban el desierto de la muerte, el cementerio de migrantes, donde los compas mueren de insolación, deshidratados, asesinados, en un accidente.
Al principio del desierto, cuando íbamos en la “carcacha” mirábamos asombrados la arena, los cactus, los arbustos, las montañas erosionadas por el viento. Luego, las decenas, cientos, miles me parecieron, de cruces a lo largo del camino y veredas. A veces, las cruces tenían una cruz con el nombre de un ilegal muerto en el camino. La arena y el viento del día y de la noche como tumba de un indocumentado”.
“Más adelantito, a orilla del camino cientos de botellas de plástico, sin agua, bolsas de plástico con restos de alimentos, latas vacías de comida, mochilas descoloridas, llenas, incluso, de ropa, abandonadas en la huída cuando los migrantes son perseguidos hasta por perros entrenados hambrientos de carne humana. Entonces, el pollero nos dijo que hasta ahí llegaba y que a unos cuantos pasos, del otro lado donde la mirada se perdía, nos toparíamos con Estados Unidos.
Y luego enseguida pisó el acelerador, pues tenía encendido el motor de la camioneta”.
Se trata de un joven que: “A los 16 años que acababa de cumplir en mi pueblo, los compañeros del viaje me metieron más miedo. Miedo a quedar indefenso ante la alta temperatura. Miedo a morir deshidratado, gordito como era. La mordedura de una serpiente venenosa. Un animal ponzoñoso. Una banda de asaltantes de las que había visto en películas. Miedo a que los demás me dejaran ahí, abandonado. Todos nos encomendamos a Dios y empezamos a caminar. Sin rumbo fijo. Sin saber hacia dónde. Sin una brújula. El desierto, la arena, el sol, el silencio, y el miedo a “la tira”. Pero, además, sin alimentos. Y apenas con una, dos botellas con agua para compartir”.
Casos como este ha por miles, se repiten todos los días y en toda la zona fronteriza con el país del norte, en donde los indocumentados entre la opción de ganar dólares, de mejorar el nivel de vida; pero no a todos les va bien, muchos se quedan en el intento, con las ganas de superar la pobreza que les da el gobierno ante la falta de oportunidades de empleo, salarios dignos, vivienda segura; en fin, la hambruna que afecta e impacta a más de 52 millones de mexicanos es la causa de que los mexicanos se aventuren hacia el camino de la discriminación y hacía la muerte…Por hoy es todo, soy Luis González Romero, mi correo electrónico: notiluis@hotmail.com, hasta pronto.
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